martes, 3 de mayo de 2011

!!! Viva Villa !!!!


Muchos hombres hay en la historia del mundo que causan dobles sentimientos, tan opuestos como grandes, imposibles de pasar inadvertidos… Sin ser necesario, te sientes obligado a dar una opinión o definir tu posición ante tan contrarios juicios... Tal es el caso de Francisco Villa… El revolucionario mexicano que no consigue uno “adorar” por la ambigüedad de sentimientos que provoca…¿Héroe o villano? Depende de a quien le preguntes, de lo que se sabe de él, o de lo que se vivió con él…. A mis 38 años, habiendo vivido entre fotos e historias del centauro del norte cada domingo que visitaba a mi abuelo, no comprendía por qué éste admiraba tanto al otro, después de saber todo lo que había sufrido por su causa… Cada anécdota que escuchaba sobre Pancho Villa, solo lograba despertar mi indignación, pero mi abuelo parecía, en cada conversación sentirse orgulloso de haber tenido algo que ver con él….
Mi abuelo nació en el seno de una familia trabajadora. Su padre, Odilón Arana, era el encargado de la Hacienda Santa Lucía, cuyo dueño, Don Manuel Cuesta Gallardo, se conocía como el poseedor de una de las fortunas más grandes de Jalisco. Intimo amigo y compadre del entonces presidente de México Don Porfirio Díaz, Don Manuel tenía varios negocios… Pero en la hacienda, que es donde nació mi abuelo, se dedicaban a la agricultura, sobre todo al cultivo del maíz…. Un buen día, Don Porfirio, que pasaba por Guadalajara, invitó a Don Manuel a la ciudad de México; y en el camino se detuvieron a comer en la ribera del lago de Chapala en un lugar conocido como “El Fuerte”, ubicado a 5 km de la ciudad de Ocotlán y antes de llegar a Jamay, todavía en el estado de Jalisco. Al terminar de comer, y antes de emprender nuevamente el camino, los compadres subieron a un cerrito desde donde se veían las dos ciudades antes mencionadas, y tan feliz estaba el presidente, que, con toda la generosidad de la que un hombre poderoso cree poseer con bienes que no son suyos, le regaló a Don Manuel unas cuantas tierritas diciéndole: “Mire compadre, y mire bien, porque hasta donde le alcance la vista, es suyo, se lo regalo….” Y así es como mi abuelo vino a crecer a Ocotlán, ayudando en todo a su padre, quien ahora tenía responsabilidades extras en las nuevas posesiones de su patrón que llegaban hasta el bordo del Canal de Ballesteros y la Zanja de las Culebras, en La Palma Michoacán… Pero la bonanza de ese poderío duró poco, y es aquí donde el abuelo comienza a contar una de sus tantas historias….:
“La presente narración, son hechos verídicos que viví en la época de nuestra revolución mexicana. Yo, Ignacio Arana Pérez, nací en la hacienda de Santa Lucía en una casa de adobe y teja; contigua a otra casa idéntica, de adobe y teja, que se distinguían solo por sus habitantes, una para mi Papá Odilón Arana, a quien los dueños de la hacienda le confiaron el manejo de la misma; Y la otra casa, para Don Marcial Hernández, quien era el caporal de la hacienda. Dicha hacienda era propiedad de Don Manuel Cuesta Gallardo, el hombre más rico de Guadalajara… Rico y poderoso, porque tenía muchas tierras y además, era compadre muy estimado de Don Porfirio Díaz, entonces presidente de nuestra república mexicana. Una mañana de domingo, nos despertó un fuerte barullo, ahogado solo por el alto de los caballos en el caminito empedrado de la entrada a la hacienda… El mismísimo Francisco Villa bajaba de su caballo buscando a Don Manuel, y al encontrarlo, Villa muy amablemente le saludó: ¡Buenos Días Don Manuel, vengo a pedirle de la manera más atenta que nos preste usted la cantidad de $ 5,000 pesos como cooperación para mis campañas”, a lo que de manera tajante Don Manuel contestó: “Yo no hago tratos con bandidos”… No hubo más conversación, y Villa le pidió a su amigo Rodolfo Fierro: “Llévese compadre a éste hombre, y ya sabe lo que tiene usted que hacer con él”, y en menos de 5 min, se escucharon dos disparos, secos, se diría que opacos… y así fue como terminó sus días de gloria no solo Don Manuel, sino toda su familia, y toda su hacienda, porque Doña Carmen no pudo jamás llevar las riendas de semejante propiedad ni se recuperó del gran dolor que le habían causado… Y comenzó la rapiña… De costalito en costalito, cada quien velaba para su santito. Ni Don Ramón Ugarte, quien era el administrador y apoderado de todos los bienes, pudo controlar tantos pequeños desfalcos motivados por el hambre y la incertidumbre… Invariablemente Don Ramón revisaba los libros en cada una de las propiedades de Don Manuel, y cada que checaba los de mi padre, al ver que los tenía tan al día y tan en orden, le decía: “Con Usted no batallo Don Odilón, le voy a regalar una vaquita para que tenga lechita para sus muchachos”; pero nunca llegó la vaquita. La última vez que mi padre vio a Don Ramón, éste le dijo:”Ya no es posible seguir con ésta situación… Convoca a los peones ahora mismo..:” En ese entonces eran alrededor de 100 los que trabajaban en la zona ciénaga, ganando $25 centavos por jornada de 6 de la mañana a 6 de la tarde… Los reunió a todos mi padre y Don Ramón les dijo: “Señores, ya no es posible continuar. Don Odilón les va a dar a cada quien su raya pendiente, y por mi parte gracias y ahí nos vemos”… Y cada quien siguió su ruta…. Algunos batallaron para encontrar trabajo, para otros no nos fue tan difícil… La mayoría de los peones hicieron sus casitas solo colocando ramitas pegaditas a la barda de ladrillo que daba al río…Nada quedó… Definitivamente nuestras vidas habían cambiado… Hace unos años regresé a la hacienda Santa Lucía junto con mi hermano Tacho…Al ver todo aquello en ruinas, solo atiné a decir: “Tráiganme un tequila, que me siento mal…”
En aras de la Revolución, Pancho Villa cambió el rumbo de la vida mi abuelo cuando era solo un niño, y sin embargo, no conozco a otra persona que admire tanto al general… Habrá sido por su origen humilde, o por su cariño a los niños, por su gran fortaleza física, por su fidelidad a Madero, por su indiscutible inteligencia bélica, por su atrevimiento de enfrentarse a los gringos, por su increíble capacidad de escabullirse, o tal vez sólo por ese momento en que, a la edad de 6 años, lo vio en la estación de ferrocarril de Ocotlán saliendo de su pulman con salacot y casaca al cuerpo, regalando monedas de un peso a los niños que se le acercaban… Esa imagen y esa sensación de gloria, jamás la olvidará…
Cuando le pregunto, que porqué lo admira tanto, comienza a contarme otra historia y otra, y en todas, con su mirada en alto y el suspiro a flor de piel, mi abuelo recuerda como se forjó en su mente la grandeza de un hombre:…. A base de historias….

Escrito en el año de 2009 por:
Ludivina Chávez Arana

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